Incendios y gases de efecto invernadero secan la Amazonia
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“Notamos que en las últimas dos décadas, se ha incrementado de manera significativa la sequedad de la atmósfera, como también la demanda atmosférica de agua por encima del bosque lluvioso”, sostuvo en su declaración Armineh Barkhordarian, investigador auxiliar del Laboratorio de Propulsión a Reacción de la NASA (JPL, por sus siglas en inglés) y autor principal del estudio.
Los incendios en la Amazonía consiguieron captar la atención de todo el mundo a finales del verano de 2019. Si bien un reciente análisis ha demostrado que la mayoría de los incendios se produjeron en tierras recientemente deforestadas, la liberación de “carbono negro” a la atmósfera por encima del bosque aún tiene consecuencias considerables. Estos incendios, principalmente generados para desmontar tierras destinadas a la agricultura y al pastoreo, alimentan un ciclo en el que la sequía y los incendios continuarán siendo una constante.
Para la publicación de su trabajo, dado a conocer el pasado 25 de octubre en la revista científica Scientific Reports, Barkhordarian y sus colegas utilizaron instrumentos montados en satélites para evaluar lo que se conoce como “déficit de presión de vapor” o VPD, en toda la región tropical de América del Sur. El VPD representa la diferencia entre la cantidad máxima de humedad que puede contener el aire y la cantidad que realmente contiene. Y en las últimas décadas, este índice ha aumentado, lo cual se traduce en aire más seco en la Amazonía.
El análisis del equipo deja en claro que los seres humanos somos los responsables de este cambio precipitado. “Al comparar esta tendencia con los datos de los modelos que estiman la variabilidad climática en cien años, pudimos determinar que el cambio en la aridez atmosférica se encuentra muy por encima de la aridez esperable de la variabilidad climática natural”, sostuvo Barkhordarian.
En particular, las regiones sur y sureste de la Amazonía, que son las más afectadas por el avance de las tierras destinadas a la ganadería y el pastoreo, han sufrido temporadas más secas y con mayor duración. Pero incluso en el extremo norte del bosque, las “megasequías” han marcado los últimos 20 años. La más reciente fue la registrada durante el año 2015.
Las emisiones de gases de efecto invernadero, como el CO2, forman parte del problema. Si bien las concentraciones se elevan hacia la atmósfera, estas capturan más energía, lo cual calienta el planeta y genera condiciones más secas. El hollín liberado de los incendios también absorbe el calor e impide la formación de nubes.
Los árboles, para permanecer frescos cuando las temperaturas aumentan, absorben más agua del suelo. Generalmente, el agua fluye a través de ellos, desempeñando un papel vital en el transporte de nutrientes durante su trayecto. Cuando finalmente el agua es liberada desde la parte superior del dosel, la humedad se condensa en nubes y gran parte de esta vuelve al suelo en forma de lluvia.
Pero si la tierra se reseca, esto puede interrumpir todo el sistema. “Es una cuestión de oferta y demanda”, sostuvo en un comunicado Sassan Saatchi, investigador principal del JPL y coautor del estudio. “Al aumentar la temperatura y secarse el aire por encima de los árboles, estos precisan transpirar para enfriarse y agregar más vapor de agua a la atmósfera.
«El problema es que el suelo no dispone de agua adicional para los árboles”, agregó.
Esas condiciones más áridas hacen que los incendios se vuelvan más probables, lo cual a su vez podría secar aún más la zona forestal. A medida que el agua se convierte en un bien escaso, los propios bosques, junto con algunos de los ecosistemas más biodiversos de la Tierra que albergan, podrían estar en peligro.
“Nuestro estudio demuestra que la demanda se está incrementando, mientras que la oferta está disminuyendo”, sostuvo Saatchi. “Y si esta situación continúa, el bosque quizás ya no pueda sostenerse por sí solo”.
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